Muchas veces cometemos el error de juzgar una historia en base a las ideas que nos habíamos formado en la cabeza. Nos adentramos en mundos que conocemos al dedillo, que están llenos de escondrijos oscuros en los que nos sentimos acogidos. Esos lugares que nos llenan de una extraña seguridad que nos hace creer que estamos a salvo. Cuando ya hemos construido a nuestro alrededor esa sólida estructura, cualquier variación que ponga en peligro los cimientos de la misma resultan amenazadores y tendemos al rechazo.
Yo imaginé para esta historia todo un Apocalipsis en el que la llegada del mal hecho carne destruiría el mundo a su paso dejando a la humanidad a expensas de lo terrible que suponen sus pecados. Jinetes voladores, parcas, muerte...una desoladora experiencia que nos hiciera perder la esperanza ante la destrucción de todo aquello que nos daba la condición humana...y aquí King nos presenta todo lo contrario.
Y es que este Apocalipsis se presenta de la manera más lógica que uno pueda esperar. King se olvida de toda grandilocuencia mística para presentarnos el fin de la humanidad a través de un simple virus de efectos devastadores. Dicho así, puede parecer poca cosa, pero las implicaciones que arrastra la destrucción del 99% de la población, la posterior ausencia de una civilización, la soledad y el miedo que dicha devastación arrastra, con todo lo que implica sentir que se acerca el fin de los tiempos, se ve perfectamente reflejado en esta historia. Y ahí, cuando King baja a lo terrenal, cuando se acerca a las miradas de los escasos supervivientes y nos muestra la consecuencia directa, cercana, personal de esta masiva destrucción, encontramos una novela terrorífica llena de momentos inolvidables.
Pero claro, de esas novelas hay muchas.
Por lo que King aprovecha para plantearnos qué es lo que pasará después, lo que ocurre cuando salimos a la calle. Lo que supone la pérdida de todo estilo de vida que damos por sentado. La carencia de electricidad, de información, la falta de una mano vecina que te de los buenos días, la ausencia de un sistema de salud que te atienda ante una leve intervención quirúrgica...y lo hace presentándonos dos modelos de sociedad enfrentados ante los que los numerosos personajes que conforman esta novela tendrán que posicionarse. Y claro, cuando pones al ser humano ante ese tipo de decisiones habrá quien prefiera la comodidad, la seguridad o la opulencia, mientras que habrán otros que apuesten por el trabajo, la confraternidad y el compromiso. Unos querrán delegar la responsabilidad y otros centrarán el esfuerzo en la esencia de lo que nos convierte en ser humano.
Esto supondrá un enfrentamiento entre dos modelos de vida bajo el amparo de dos seres cuya divinidad es más terrenal de lo que aparenta a simple vista. La luz contra la oscuridad, la fe contra la obediencia, el amor contra el miedo...Pero hasta en eso King es consciente de la universalidad de las emociones. El miedo se puede alojar en cualquiera de nuestros corazones, así como no toda la oscuridad nos convierte en salvajes.
Habrá quien se lleve una decepción en esta historia por haber imaginado un apocalipsis más bíblico, lleno de fuegos de artificio (que los hay) y ángeles terrenales (que también). Habrá quien considere que King vuelve a llenar sus páginas de historias innecesarias y de personajes que poco tienen que aportar. Habrá quien considere incluso que nos encontramos con uno de esos finales torpes con los que con tanta frecuencia se critica al afamado escritor estadounidense. Yo creo que estamos ante una de esas obras especiales, llenas de momentos para el recuerdo y de reflexiones que permanecen más allá del cierre del libro. Una novela terrorífica que nos define como sociedad. Y es que King nos recuerda que todos somos parte del mismo círculo, ese que cuando se cierra, nos enfrenta a nosotros mismos.