martes, 1 de octubre de 2019

El instituto, de Stephen King


Cuando compro un libro de Stephen King no suelo leer ningún tipo de reseñas. Ni siquiera me pongo a indagar en la sinopsis para ver por donde nos va a sorprender esta vez. Es King y para mi leer un de sus obras es contar con la certeza de que va a estar bien escrito y va a conseguir que pase un buen rato.
De ahí que cuando inicias las más de seiscientas páginas que tiene esta nueva obra pues las afrontes con la tranquilidad de que lo que está por venir te va a dejar satisfecho. Y en esta obra tampoco falla.
King en este libro nos propone una institución en la que conviven una serie de niños con características especiales. Poco más voy a revelar de esta novela ya que lo importante es disfrutarla y descubrir que es lo que los hace especiales y cuál es la misión que tiene ese instituto del que se habla en el titulo de la novela. 
Entonces, ¿otra novela de Stephen King con niños enfrentados a situaciones para las que no están preparados? Pues sí, con todo lo bueno y malo que eso supone. La capacidad que tiene el autor para ponerte en la piel de los críos es sobresaliente. Es imposible no ponerse en su piel y sentir como propios las miles de cosas que les van a ocurrir. Y no son agradables de leer. Estamos en un libro de King y contamos ya con eso.
Sin embargo, la lectura es lenta por momentos y requiere de una cierta paciencia y predisposición para poder disfrutarla en su totalidad. Tiene sentido, porque de algún modo hay que preparar al lector para todo lo que acontece en el último tercio de la novela donde ya se pondrán todas las cartas sobre la mesa. Es aquí cuando ya las páginas vuelan sin que apenas te des cuenta y cuando todo empieza a encajar de un modo quirúrgico que te invita a aplaudir al genio de Maine.
Y además, la novela tiene un as en la manga en forma de epílogo. Poco puedo decir de él salvo que es lo que, para mi, deja el gustito sabroso de una excelente obra. Ese toque diferente que te invita a repetir una y otra vez los platos que te sirve Stephen King y que sientas que, a pesar del empacho, siempre tienes hueco para uno de sus postres.

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