domingo, 29 de septiembre de 2019

Coraline, de Neil Gaiman



Hubo un tiempo en el que las historias y cuentos que se narraban a los niños implicaban el tratarlos con respeto. Entender que, pese a su temprana edad, son personas con la necesidad de desarrollar sus propios criterios, mejorar su espíritu crítico y conseguir las armas necesarias para poder enfrentarse a sus miedos. 
Las historias que presentaban los hermanos Grimm estaban llenas de amenazas para los niños. Brujas, Lobos, madrastras y otros villanos estaban ahí para atormentar sin contemplaciones a los protagonistas de aquellas historias y, de paso, a los lectores que se aferraban ante la posibilidad de que metieran en un horno a un pobre niño indefenso o que un lobo esperara agazapado en una cama para comerse de un bocado a la pobre caperucita.
Por desgracia, la literatura infantil se ha ido diluyendo en medio de lo políticamente correcto, salvo en contadas excepciones. Proteger sus sueños y llenarlos de otros miedos más reales para los que no están preparados. Presentarles brujas buenas, trolls colegas y vampiros vegetarianos. Ese tipo de narraciones tan habitual en estos tiempos hace que, cuando lees Coraline, te des cuenta de lo fascinante que puede llegar a ser una historia simple como esta, con mucho más que contar que lo que se ve a primera vista y que no duda en ningún momento de usar todo lo que tiene para que la pequeña Coraline se enfrente a sus miedos y asuma las consecuencias de sus actos.
El enfrentamiento entre la pequeña y la villana de esta novela corta es toda una experiencia brutal, divertida y, por momentos terrorifica. Gaiman aprovecha toda su maestría para que los que lo lean disfruten de esa sensación tan visceral y necesaria que es la de sentir miedo.
Una novela fascinante y necesaria que explica muy bien el porqué este autor está siempre entre los más valorados por los lectores.

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