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domingo, 17 de noviembre de 2019

Amigo imaginario, de Stephen Chbosky



Tratar de resumir en varios párrafos a la valoración de una obra tan ambiciosa y atrevida como esta es engañar a quien me lee. Es imposible, nunca podrías resumir el abrumador contenido que acumula el autor en las ochocientas páginas que contiende esta novela que está en boca de todos. Habría que tirar sobre lo más sencillo que se me ocurre, que es aprovechar las palabras que hay escritas en la sobrecubierta. En ellas se invita al lector a descubrir sus primeras sesenta páginas y a ver el efecto que supone llegar a esa parte de la novela. Realmente, cuando llegas a ellas, ya no vas a poder dejar de leer esta historia (sugerencia, no se atrevan a ojear esa parte y estropearte la experiencia).
Pero, ¿de que va todo esto? Pues básicamente nos encontramos ante una historia de personajes que lo van a pasar mal en un momento dado de sus vidas. Y para que eso funcione necesitas conectar con ellos, saber quienes son y por lo que están pasando. Necesitas sufrir con sus tristezas y alegrarte con sus momentos de luz porque realmente te importan. Y ahí, justo ahí, radica lo mejor de esta novela. 
Porque el autor se para a explicarte quiénes son los innumerables personajes que aparecen en esta historia y lo hace con calma, de ahí la extensión del libro. Pero lo hace de un modo que consigue mantener la atención en todo momento, sin resultar aburrida la vida de personajes tan variopintos como una adolescente ultrareligiosa, un sheriff con recuerdos que le atormentan o un anciano medio ciego cuya vida ha sido todo un tormento. Y eso son meros secundarios de los tantos que aparecen, porque los protagonistas de la historia, una madre y su hijo sometidos a todo tipo de infortunios, están tan bien desarrollados que no los vas a olvidar en mucho tiempo. Luchadores innatos, pasear por sus vidas es sentirte parte de ellas, por lo que todo el sufrimiento al que se tienen que enfrentar te afecta y lo compartes.
Y ese sufrimiento tiene nombre y tiene cara. No pienso estropearle la experiencia, pero diré que hay imágenes que he leído en esta obra que permanecerán durante mucho tiempo en mis pesadillas. El autor consigue describir momentos de tensión y horror que se quedan clavados en tu cabeza, convirtiendo algunos pasajes de la novela en auténticas muestras del mejor terror contemporáneo. Los causantes de tanto horror están muy bien definidos, se les teme por sus actos y se quedan clavados en tus retinas por sus capacidad de aterrar.
Pero no todo es bueno en la novela, por desgracia. Aquí las referencias sobre las que camina el escritor son demasiado evidentes, hasta el punto en que hay momentos en los que desconectas de la historia por que te la conoces de memoria. Tienes muchas píldoras de Stranger Things, de It, el resplandor, Coraline, Poltergeist, Matrix...millones de referencias que más que ayudar lastran la historia hasta invitarte a renunciar. Pero claro, la manera en la que están escritas, con capítulos cortos de fácil lectura, que van de un lado a otro casi sin darte cuenta hasta que conectan los unos con los otros, hacen que quieras más y más. Y cuando te das cuenta llevas seiscientas páginas encima, empiezas a hilar todo en tu cabeza y te distraes de lo que está aún por llegar.
A partir de ahí todo cobra sentido. Te podrá gustar o no lo que viene a continuación, yo me quedo en el si. Pero, de verdad, la locura del último cuarto de la novela es una experiencia digna de leer. Sin contar ese desenlace, diré que el escritor se encarga de darle sentido a todo, aunque puede inclinar la experiencia de la novela a obra maestra del terror o a la sensación de que la historia se le fue de las manos con tanto bombo y platillo. 

Yo me inclino por lo primero, porque me gusta pasar miedo y en esta obra lo he pasado, porque historias como estas son las que siempre me han gustado y porque tras ochocientas paginas perdido en medio de esta historia tan clásica de lucha entre el bien y el mal, quiero mucho más.




jueves, 10 de octubre de 2019

Descansa en paz, de John Ajvide Lindqvist



En el ya conocido subgénero de la literatura zombi, aunque en esta historia es necesario cambiar el término por el de muerto viviente, la innovación y la búsqueda de una idea diferente no es muy habitual. De ahí que esta novela sea tan necesaria y demoledora en muchos aspectos. Capaz de estremecer y aterrar como pocas, no es un libro en el que se respeten los cánones habituales del género que creó Romero hace ya unos 50 años.
Aquí los seres fallecidos regresan. Y regresan como los seres en que se han convertido tras su muerte. No como criaturas hambrientas de carne, deseosas de encontrarte en masa para que te unas a su horda. Vuelven confundidos y tristes. Desesperanzados, impersonales y con la mínima y angustiosa conciencia de que no deberían haber regresado. 
Pero esta historia no va sobre ellos. Plantéatelo por un momento. ¿Qué estarías dispuesto a hacer por volver a tener cerca a tus seres más queridos? ¿Serías capaz de amarlos aún cuando sus cuerpos se están descomponiendo? ¿Te haría ilusión que regresara a tu lado la persona que más te ha hecho sufrir? 

El terror que abunda en este libro va más allá de la presencia de estos seres queridos en descomposición. Y no es poco, que hay momentos tan estremecedores que será imposible que no se te erice la piel. Momentos repulsivos, incómodos y provocadores. Pero este libro va de otra cosa. Va de mirarte en el espejo y aceptar nuestro egoísmo. De nuestra crueldad innata cuando nos sacan de nuestra zona de confort. De remordimientos y, sobre todo, de descansar de una maldita vez en paz.

martes, 1 de octubre de 2019

La señal, de Maxime Chattam



Tienes un libro como este en las manos y te preguntas si será tan bueno como lo pintan. La salvación del terror moderno, un soplo de aire fresco al género, te estremece hasta el punto de no poder levantarte a apagar las luces...Todos los calificativos imaginables para este libro de terror han sido pocos y eso condicionará tu opinión al respecto.
¿Es tan bueno como dicen?¿Vale tanto la pena leerlo con esa extensión? Mi respuesta es que sí. Que lo he pasado en grande con sus más de seiscientas páginas. Que he disfrutado de lo lindo en medio del misterio que envuelve el pueblo de Mahingal Falls, de su pasado, de sus secretos, de todo aquello que se oculta bajo los ríos anegados. A lo largo de sus capítulos, cortos y directos, no dejan de ocurrir sucesos sin explicación, algunos de ellos terrorificos, sin dar tiempo al lector de un pequeño descanso. Más de una vez me vi releyendo un pasaje ante lo macabro de la situación o para certificar que lo que había leído era real y no producto de mi ansia.
¿Quiere eso decir que nos encontramos con el libro de terror que todos buscamos? Pues mira, depende. Lovecraft solo hubo uno, y King otro (bueno...su hijo va por buen camino). Lo que narra aquí Maxime Chattam no es nada que no hayas leído antes. Es hijo de su tiempo y por sus páginas desfilan todo tipo de situaciones aterradoras que has leído o visto antes. Pero, ¿no pasa lo mismo cuando lees una novela negra?, ¿acaso las novelas románticas no reciten una y otra vez las mismas estructuras? En esta novela, todos los estándares del terror aparecen sin ningún tipo de pudor y, encima, el autor tiene la valentía de escribir algunos pasajes y situaciones que los autores convencionales no se atreverían ni a insinuar. 
Y si añadimos unos personajes que, sin ser el paradigma de originalidad, son coherentes y cercanos, pues entonces tienes todos los ingredientes para pasar un buen, mal, rato disfrutando de todo este entramado de atrocidades en el que las fuerzas del mal encuentran una oportunidad para hacer de las suyas. 
Si eres amante del terror tienes que leer esta novela. No revoluciona el género, pero te hace disfrutar de lo lindo de todo aquello que siempre has amado. Y no le compares. Ningún autor va a llegar a la altura de Poe, Lovecraft o Matheson. Pero...¿acaso no diremos lo mismo dentro de veinte años cuando uno recuerde La señal de Maxime Chattam?

El instituto, de Stephen King


Cuando compro un libro de Stephen King no suelo leer ningún tipo de reseñas. Ni siquiera me pongo a indagar en la sinopsis para ver por donde nos va a sorprender esta vez. Es King y para mi leer un de sus obras es contar con la certeza de que va a estar bien escrito y va a conseguir que pase un buen rato.
De ahí que cuando inicias las más de seiscientas páginas que tiene esta nueva obra pues las afrontes con la tranquilidad de que lo que está por venir te va a dejar satisfecho. Y en esta obra tampoco falla.
King en este libro nos propone una institución en la que conviven una serie de niños con características especiales. Poco más voy a revelar de esta novela ya que lo importante es disfrutarla y descubrir que es lo que los hace especiales y cuál es la misión que tiene ese instituto del que se habla en el titulo de la novela. 
Entonces, ¿otra novela de Stephen King con niños enfrentados a situaciones para las que no están preparados? Pues sí, con todo lo bueno y malo que eso supone. La capacidad que tiene el autor para ponerte en la piel de los críos es sobresaliente. Es imposible no ponerse en su piel y sentir como propios las miles de cosas que les van a ocurrir. Y no son agradables de leer. Estamos en un libro de King y contamos ya con eso.
Sin embargo, la lectura es lenta por momentos y requiere de una cierta paciencia y predisposición para poder disfrutarla en su totalidad. Tiene sentido, porque de algún modo hay que preparar al lector para todo lo que acontece en el último tercio de la novela donde ya se pondrán todas las cartas sobre la mesa. Es aquí cuando ya las páginas vuelan sin que apenas te des cuenta y cuando todo empieza a encajar de un modo quirúrgico que te invita a aplaudir al genio de Maine.
Y además, la novela tiene un as en la manga en forma de epílogo. Poco puedo decir de él salvo que es lo que, para mi, deja el gustito sabroso de una excelente obra. Ese toque diferente que te invita a repetir una y otra vez los platos que te sirve Stephen King y que sientas que, a pesar del empacho, siempre tienes hueco para uno de sus postres.

lunes, 30 de septiembre de 2019

Una cabeza llena de fantasmas, de Paul Tremblay




Esta es una de esas novelas que no te deja indiferente. Y cuando una historia consigue generar ese tipo de sensaciones, cuanto menos, debería ser considerada como una buena obra. Terminado el libro aún no se si me encuentro ante una genialidad o una tomadura de pelo. El autor te plantea una situación que ya has leído o visto en numerosas ocasiones. Una adolescente que tiene problemas extremos de comportamiento y una familia que se debate entre la ciencia y la religión.
Hasta ahí todo muy convencional y acorde al subgénero que abarca. Pero el autor toma una serie de decisiones de lo más interesante. 
En primer lugar nos presenta la narración de la historia bajo la mirada de una niña de 8 años. Y eso hace que sea el lector el que tenga que ir poco a poco asumiendo que los hechos que le narran no son exactamente como lo cuenta la pequeña. Con todo lo bueno y malo que esa visión implica. Porque lo que una pequeña percibe como terrorífico puede que no lo sea tanto y, al mismo tiempo, puede dar por natural aspectos que son estremecedores.
Por otro lado, la presencia de una narración paralela a los hechos que narra la historia burlándose de todo aquello que has leído, comparándolo con cada uno de los estándares del género, le da una visión escéptica a tu propia visión, sin que termines por tener bien claro que es lo que realmente está pasando.
Y luego llega el momento en que pone en bandeja al lector un pequeño detalle que confiere a la historia de una absoluta y demoledora libertad para que seas tú quien decida acerca de los hechos. Genialidad que te puede o no gustar, pero que me lleva reventando la cabeza desde las tres de la madrugada.
Sumémosle a la historia críticas sociales de todo tipo, más o menos acertada, a los medios de comunicación, religión, familia, escuela...llénalo de referencias a la cultura pop del terror de todos los tiempos y ya tienes la fórmula perfecta para un libro lleno de matices que tienes que leer. ¡Ya!

Joyride, de Jack Ketchum


Escribir una reseña de una obra como esta, momentos después de haberla leído, es asumir que tus palabras están cargadas de toda la visceralidad que transmite el autor en cada capítulo de esta perturbadora historia. Un viaje sin retorno a lo más profundo de la maldad humana en el que Ketchum consigue, y eso es toda una proeza, que odies al personaje central de esta novela.
Y mira que, con que te pares un momento a pensar, la mayor parte de los individuos que aparecen en esta novela son seres con una moralidad a todas luces cuestionables. Ya el autor en los primeros capítulos se encarga de moldear tus pensamientos para que aprecies la escala de grises en la que se va a mover la novela. Personajes atormentados y atormentadores que harán todo lo que esté en su mano para satisfacer sus objetivos. Personajes a los que despreciarías sin dudarlo por sus actos y, sobre todo, por sus pensamientos. Personajes que aparecen en un solo capítulo, sueltan su discurso y te consiguen remover las tripas...
Pero, ¡vaya! El autor consigue a lo largo de las páginas de este libro, que se leen sin que apenas te des cuenta porque no puedes dejar de hacerlo, que todos esos personajes te importen. 
Te pasas la primera parte de la novela esperando la explosión de locura de Wayne Lock y toda la segunda parte  odiándote a ti mismo por haber tenido esos absurdos pensamientos. Porque una cosa es imaginarlo y otra bien distinta tener que leerlo. Jack Ketchum no quiere que sumes víctimas sino quiere que seas parte de ellas y se encargará de recordarte en todo momento que lo que vas a leer, lo que estabas deseando leer, lo que pedías a gritos que necesitabas de esta novela, no es nada agradable.
Un viaje a la parte más horrenda de la naturaleza humana. Ya lo deja bien claro el autor en el prefacio: “ni siquiera puedes moverte en este mundo sin hacer daño a algo”

domingo, 29 de septiembre de 2019

Coraline, de Neil Gaiman



Hubo un tiempo en el que las historias y cuentos que se narraban a los niños implicaban el tratarlos con respeto. Entender que, pese a su temprana edad, son personas con la necesidad de desarrollar sus propios criterios, mejorar su espíritu crítico y conseguir las armas necesarias para poder enfrentarse a sus miedos. 
Las historias que presentaban los hermanos Grimm estaban llenas de amenazas para los niños. Brujas, Lobos, madrastras y otros villanos estaban ahí para atormentar sin contemplaciones a los protagonistas de aquellas historias y, de paso, a los lectores que se aferraban ante la posibilidad de que metieran en un horno a un pobre niño indefenso o que un lobo esperara agazapado en una cama para comerse de un bocado a la pobre caperucita.
Por desgracia, la literatura infantil se ha ido diluyendo en medio de lo políticamente correcto, salvo en contadas excepciones. Proteger sus sueños y llenarlos de otros miedos más reales para los que no están preparados. Presentarles brujas buenas, trolls colegas y vampiros vegetarianos. Ese tipo de narraciones tan habitual en estos tiempos hace que, cuando lees Coraline, te des cuenta de lo fascinante que puede llegar a ser una historia simple como esta, con mucho más que contar que lo que se ve a primera vista y que no duda en ningún momento de usar todo lo que tiene para que la pequeña Coraline se enfrente a sus miedos y asuma las consecuencias de sus actos.
El enfrentamiento entre la pequeña y la villana de esta novela corta es toda una experiencia brutal, divertida y, por momentos terrorifica. Gaiman aprovecha toda su maestría para que los que lo lean disfruten de esa sensación tan visceral y necesaria que es la de sentir miedo.
Una novela fascinante y necesaria que explica muy bien el porqué este autor está siempre entre los más valorados por los lectores.

La chica que amaba a Tom Gordon, de Stephen King



La historia que cuenta King en esta pequeña novela no es una novela de horror al uso y, sin embargo, resulta aterradora en todo momento. La historia de la pequeña Trisha, enfrentada a una naturaleza hostil e implacable en la que pequeños mosquitos te recuerdan constantemente que eres tú la presencia extraña en esta novela, te estremece. Una naturaleza agresiva, implacable y consciente de su ventaja que tiene ante una niña cuya única arma es su profunda admiración hacia su amado Tom Gordon.
Y claro, cuando uno ve el título de esta obra se pregunta el qué pinta este jugador de béisbol en una novela de Stephen King. Yo no tengo muchos conocimientos de este deporte, más allá de algunas de las reglas básicas. Y aquí te encuentras con menciones continua al conocido lanzador de los Red Sox, desde los mismos títulos de cada uno de los capítulos a las continuas referencias al peculiar modo de juego y rituales de Gordon. Y a pesar de lo arriesgado de centrar buena parte de la trama en un deporte desconocido en gran parte del mundo, no se me puede ocurrir un modo más bonito de enfocar una historia como esta.
Porque la historia es sencilla y tendría todo tipo de razones para terminar siendo aburrida. Continuamente lees el martirio al que se enfrenta una pequeña de nueve años en ese mundo hostil, sin apenas alimentos ni agua, sola y pérdida. Pero en ningún momento pierdes el interés por la historia, porque los registros que maneja King en esta obra son magistrales. Tú eres esa pequeña y tú estás solo con ella, como si fueras el mismo Tom Gordon aconsejándola y dándole el cariño que necesita. 
Lo pasas mal, muy mal con la lectura de esta novela. Pero ¡qué capacidad tiene este escritor de hacer que disfrutes pasándolo así!

Apocalipsis, de Stephen King

 Muchas veces cometemos el error de juzgar una historia en base a las ideas que nos habíamos formado en la cabeza. Nos adentramos en mundos ...